lunes, 20 de julio de 2009

9 de julio. Despedida de mi hermano y partida (de él) hacia NY

Esto es un poco como empezar por el final...
Del 4 al 9 de julio estuve en Buenos Aires con mi hermano, a quien veo sólo cada tantos años, para celebrar su cumpleaños número 50. El día siguiente al de su cumpleaños, el 9 de julio, debían volverse, él y su mujer, a Nueva York, la ciudad donde residen desde hace muchísimos años. Fue un día muy especial, que nos dió la oportunidad de conectarnos con aspectos de nuestro pasado anteriores aún a nuestra existencia, ya verán por qué.
Ese día amanecimos un poco nerviosos y acelerados, ellos debían devolver el departamento y yo tenía que ubicar a mi amigo Sergio, ya que como me volvía a mi hermoso Bariloche recién al otro día, debía llevar mi equipaje al lugar que tan cariñosamente me ofrecieran él y su mujer. Dimos los últimos toques al guardado, que habiamos tratado de dejar listo y organizado desde la noche anterior. Desayunamos, limpiamos el departamento y, después de unos cuantos llamados desesperados, a media mañana partimos hacia lo de Sergio. Me gustó que Panchi los conociera, sentía que por fin compartía con él algo mío.

Después de pasar un rato con Sergio y su familia (gran té de gengibre!), encaramos la vuelta al departamento, previo tour por algunos lugares especiales de Buenos Aires (Melian y Cramer). Bueno, más que la vuelta al departamento fue ir a almorzar a un lugarcito muy simpático, con buena comida, que quedaba a la vuelta, hasta que se hiciera la hora previamente concertada con los administradores para hacer la entrega (que, dicho sea de paso, se desarrolló sin inconvenientes, a pesar de alguna aprensión previa en ese sentido).

Dado que los platos que pedimos no eran los del día, tardaron tanto que a mitad de la comida Panchi y María Luisa suspendieron y fueron hasta el departamento a sacar el equipaje y entregar las llaves, quedando yo en 'custodia' de sus lugares y comidas; como a la media hora volvieron y siguieron por donde habían dejado, con un pequeño desvío, por así decir, ya que debido a la cantidad de equipaje hicieron trasladar las cosas a una mesa del exterior. Fuera de ese detalle, el almuerzo se desarrolló en armonía y fue magnífico. Allí esperamos la llegada de nuestro primo Otto, que se había ofrecido para llevarlos al aeropuerto. Fue maravilloso reencontrarme con mi primo, a quien no sólo no veía desde hacía varios años (fueron más de diez, si no recuerdo mal), sino que además pudimos conectarnos de una manera que no había podido ser cuando éramos jóvenes, por la gran diferencia de edades. Realmente un momento para atesorar.

El viaje al aeropuerto fue bastante divertido, aunque cualquier cosa menos cómodo, ya que en un auto hecho para cuatro personas sin demasiados bultos, tuvimos que apretujarnos cinco personas y varios bolsos y valijas que equivalían en volumen por lo menos a una persona más y de dimensiones bastante considerables a lo ancho. Sin embargo, llegamos, dando todos un suspiro de alivio pero sin haber perdido el buen humor, ya que la conversación durante el trayecto de aproximadamente 40 minutos había sido muy entretenida. En el aeropuerto compartimos un rato más, donde Otto nos contaba recuerdos que él tenía de nuestra madre de épocas anteriores a nuestra propia existencia, algo sobre lo que hasta el momento no había tomado conciencia, a pesar de ser lo natural, dado que para cuando nacimos el ya era lo que hoy en día llamaríamos un joven adulto.

Así, recordaba que cuando nuestra madre volvió de Alemania, en pleno final de la guerra, era una persona muy nerviosa, a la que cualquier ruido súbito hacía ponerse a la defensiva, por ejemplo; recordaba también que por esa razón se recluyó durante un buen tiempo en el campo que la familia tenía en Alsina, donde se dedicaba a cocinar para toda la familia (que en ese momento estaba integrada por ella, nuestros abuelos, los padres de Otto y él mismo, no recuerdo si mencionó a su hermana, pero es probable que sí, ya que ambos tenían muy poca diferencia de edad entre sí), desayuno, almuerzo, merienda, cena; y además administraba la chacra, había introducido la apicultura (cosa de la que más o menos alguna idea teníamos, pero ignorábamos su dimensión), llegando a producir cantidades considerables de miel. Contaba que pese a no haber podido hacer sus estudios de agronomia (ya que su padre no se le había permitido), había logrado crear tan buenos vínculos con la facultad respectiva, que el profesor de apicultura visitaba periódicamente la chacra con sus alumnos, donde impartía las clases prácticas del curso que, ese sí, nuestra madre estaba tomando. Todavía tengo en algún rincón guardado su diploma de egresada de ese curso... Contaba como anécdota risueña que el profesor (de nombre, si recuerdo bien, Bevilacqua) insistía en enseñar que las picaduras de abeja no eran peligrosas y que más bien fortalecían, hasta un día en que por alguna razón la colmena entera se le tiró encima, dejándolo en un estado que necesitaba urgente intervención médica. Por suerte pudo salvar su vida a pesar que la atención médica no se logró en forma tan urgente (hubo que trasladarlo en carreta hasta el pueblo cercano y desde allí en tren hasta la primera ciudad importante). Ese episodio aparentemente acobardó al profesor y sus alumnnos (algo bastante esperable), quienes ya no realizaban sus prácticas con la asiduidad de antes y, poco a poco, sumado ese hecho a la circunstancia de que ya la familia no vivía más en el campo, la explotación apícola fue decayendo hasta que terminaron liquidándose las colmenas. Para ese tiempo, nuestra madre había comenzado a trabajar en una empresa dedicada a operaciones de exportación e importación (la famosa "VanBaren" de varias conversaciones hogareñas), donde conoció a nuestro padre y comenzó nuestra historia.