sábado, 3 de abril de 2010

Seminario en San Martín de los Andes, 2010

o -- por qué es tan importante el Aikido para mí

Era el viernes 26 y yo todavia no había decidido si ir o no al Seminario de SMA que empezaba al otro día; una mezcla de dolencias físicas y angustias económicas y espiriturales me había convencido de que era preferible que no me vieran en ese estado, aparte de que, pensaba, no era probable que pudiera resistir una clase completa o por lo menos participar activamente en nada.
Sin embargo, en la tarde del viernes decidí que viajaría ya que, después de todo, no sería el fin del mundo si no podía lucir ninguna habilidad y que, especialmente, esta era la oportunidad de ver a Sensei.
Mi Sensei, mi maestro... creo que todo lo bueno que he logrado -aun por poco que sea- se lo debo a él. Él me enseñó a buscar en el fondo de mí, me enseñó a no tener miedo de enfrentar lo que no conocemos y a agarrar al vuelo las oportunidades; y aunque muchas veces me haya olvidado de hacerlo o el miedo en verdad me haya paralizado, su enseñanza me llevó a conseguir cosas que de otro modo no hubiera logrado. Claro que hubo algunos después que también me dieron nuevas herramientas, pero nada de eso lo podría haber recibido si no hubiera estado Sensei primero. Con la excusa de enseñarnos técnicas de un arte marcial, Aikido, Sensei --como creo que todos los grandes maestros-- nos enseña en verdad a vivir. Porque, después de todo... qué es la vida sino una lucha constante por encontrar el camino que nos permita no solamente sobrevivir sino además sentirnos parte del universo? Universo que incluye primero en nuestra percepción a nuestros semejantes y después, poco a poco, a todos los demás seres vivos; donde también poco a poco nos damos cuenta que un árbol respira y que quizás hasta una piedra tenga historia.
Bueno, volviendo al presente, sentía que no quería dejar de ver a Sensei, y que no sabía cuándo volvería a tener la oportunidad de encontrarme con él, ya que pese a mis deseos de viajar periódicamente a Buenos Aires para practicar, la realidad siempre me ha puesto una pared en el medio; es mucha la distancia, es mucho lo que tengo que atender cotidianamente en mi lugar. Por eso, desaprovechar esta oportunidad de encontrarme con él hubiera sido como escupir a la suerte.
Así que finalmente, el viernes a la noche preparé mi mochila -con lo mínimo necesario, un par de remeras, un pantalón adicional, medias, un par más de zapatillas y, por supuesto, el equipo de Aikido, el mismo que fielmente me acompaña año tras año -, para salir bien temprano el sábado por la mañana. A las nueve partía el micro y, como no había sacado el pasaje con anterioridad, quería estar con suficiente anticipación en la Terminal. Debo reconocer que también tenía miedo de encontrarme con mi ex-marido, y que este miedo era uno más de los que me frenaban a la hora de decidir el viaje. Parece sin embargo que los años nos han civilizado a ambos, y pudimos saludarnos hasta con cierta amabilidad (por suerte, no fue necesario hacerlo con mucha antelación a la partida).
El viaje de Bariloche a San Martín, para el que no conoce, es bellísimo, sea cual sea el camino que se elija. A mí particularmente me gusta el que recorre la estepa, o más bien la precordillera, donde se ven lomas y mesetas infinitas cubiertas de pastos duros típicos de la zona, por momentos algunos ojos de agua (pocos) rodeados de arbustos; una zona donde todavía, si uno va en horas de poco tránsito, especialmente nocturnas, pueden llegar a ver ciervos, y más allá, volviendo hacia la Cordillera, rocas, piedras con vetas y colores increíbles. Todo en medio de una inmensidad que nos hace preguntarnos cómo puede haber pasado gente por allí en las épocas en que no existían ni rutas ni vehículos a motor, y nos hace un poco añorar esa vida de a pie o a caballo mirando al cielo...
Llegamos a San Martín pasado el mediodía, donde Alfredo, Roberta y Sensei nos esperaban con la mesa puesta, sólo nos faltó sentarnos después de los saludos de rigor para disfrutar de un riquísimo almuerzo.
A la tarde, exámenes y práctica. Una práctica maravillosa, llevada por Sensei, como siempre, con su sabiduría que hace que cada uno de los practicantes de lo mejor de sí; práctica que logré disfrutar tanto si la compartía con principiantes como con cinturones avanzados. Gracias a la maestría de Sensei pude, a pesar de mis dificultades articulares, estudiar las técnicas que mostraba, y aprender mucho. Fascinantes me parecieron las prácticas de mantener los brazos junto al cuerpo sin endurecerse y la de bajarlos con un movimiento de muñecas, llevando así al uke sin esfuerzo hacia donde uno pudiera tenerlo controlado; algo que tiene mucho que ver con mi búsqueda de mantener el eje y no dejar que las circunstancias de la vida me lleven de un lado al otro (cosa que, debo reconocer, la mayoría de las veces no he logrado).
Me sentí también muy tocada por las observaciones que hizo Sensei sobre la forma de hacer sankyo, ya que justamente -quizás por razones de altura o debilidad propia del género- casi siempre la hago de la forma contraria a la que él mostró; no que esté mal esa forma -- que debo decir que me produce mucho placer --, o al menos eso entendí yo, sino que para dominar la técnica es preciso también practicar la otra forma, básica, y que implica traer al oponente hacia el centro propio. Claro que ésto es lo que entendí yo, y no necesariamente lo que Sensei mostró... :)
La práctica del domingo también fue intensa, pero en otro aspecto; Sensei pasó la casi totalidad de la práctica explicando la importancia del centro, la importancia de estar fojo, de no hacer fuerza cuando no era necesario, y muchas cosas más que lamentablemente me perdí debido a dificultades auditivas que desde hace un tiempo me vienen persiguiendo. Esta parte, por tanto, desearía que alguien la complete.
Sin embargo, las dificultades de audición no impidieron que disfrutara la clase de Sensei; además de extremar el esfuerzo por oir lo que decía traté de poner todos mis sentidos en lo que él mostraba mientras hablaba, y en recibir su mensaje con todos los poros de mi cuerpo. En este aspecto, sólo la práctica futura podrá decir si logré algo.
Algunas fotos, aquí.
Un reconocimiento especial merece, como no podía ser de otra manera, el espectacular asado de cordero que nos preparó la gente de San Martín para coronar la práctica del sábado. Como dijo Alfredo a uno de sus alumnos, esta parte es tan importante como la práctica... Es el momento en que nos unimos todos alrededor de una exquisita comida y en medio de bromas y demostraciones varias de afecto nos reconducimos a lo que cada uno vivió con más intensidad de la práctica reciente, el momento en que verdaderamente somos parte del mismo punto de energía del universo.