sábado, 11 de febrero de 2017

Mi viaje a Japón - 2016

Me había propuesto ir describiendo mis experiencias a medida que se fueran sucediendo, pero mi estilo flemático (o más bien mi dificultad para verbalizar el aquí y ahora) finalmente pudo más. Tuvieron que pasar casi tres meses para que no pudiera soportar más el sentimiento de inutilidad que me embargaba al pensar que no devolvía al mundo nada de lo que me estaba dando y decidiera empezar a intentarlo.

No estoy segura de poder mantener o de desear un orden cronológico en los relatos, aunque probablemente el inicio coincida con las primeras etapas del viaje; seguramente en algún momento me volcaré a propuestas temáticas, tales como red ferroviaria, baños e higiene, comunicaciones electrónicas (o su falta), o las que los recuerdos me vayan sugiriendo.

Todo comenzó con una llamada de Matías; hacía unos días que había partido de Argentina, después de una visita que, como de costumbre, me resultó extremadamente corta. Yo estaba viajando hacia un seminario de aikido en Buenos Aires, y su llamada me dejó como flotando entre dos dimensiones. El mensaje fue escueto: “¿Qué te parece si a fin de año nos encontramos en Japón?”.

Cierto es que hacía un tiempo veníamos hablando de volver a encontrarnos hacia fin de año, en Europa, donde él vive; pero era un proyecto bastante vago, sin demasiados detalles. Encontrarme de pronto enfrentada a un plan concreto, tangible, que había que afrontar tanto desde lo organizativo como desde lo económico, era otra cosa. Tardé un rato en reaccionar, para finalmente decidirme por un contundente “sí”. Después vería cómo me las arreglaría para financiar el viaje, lo importante era poder visitar junto con él ese lugar tan metido en nuestra propia historia.

Debo confesar que junto con los enormes deseos de emprender este viaje también me invadieron miedos y angustias: ansiedad por la inminente confrontación entre mis recuerdos y la realidad; ansiedad también por saber si todo lo que yo creía haber aprendido del idioma podría sostenerse o se derrumbaría como trozos de cartón. Ansiedad también respecto de mi capacidad de seguirle el ritmo a Matías, y lograr que el viaje sea una experiencia que nos llene de buenos recuerdos. Y por un detalle del que no tomé conciencia hasta que no principió la travesía: hacía más de una década que había hecho mi último viaje internacional, y estaba totalmente desactualizada en cuanto a los usos y costumbres aeroportuarios - sin contar con que mi experiencia al respecto tampoco era abundante. Me costó darme cuenta de cuestiones como las de ir haciendo el seguimiento del programa de viaje a través de las respectivas páginas web, o estar atenta a los diferentes tiempos y requisitos exigidos para cada tramo, no asustarme por el largo tiempo de viaje en cada tramo o los tiempos de espera en los aeropuertos, descubrir que entre la terminal de arribo y la de partida del tramo siguiente podía haber mucho más de diez minutos de caminata.... Por suerte durante todos esos preparativos conté con la experiencia de Matías, que me fue guiando y orientando, lo que finalmente redundó en una excelente y confortable travesía, sin sorpresas, sin imprevistos.

mientras espero el avión hacia San Pablo...
Salí de Bariloche un domingo de mediados de octubre, el martes siguiente abordé el primero de los tres aviones que me llevarían al destino, en un primer tramo corto de algo más de 2 horas, saltando desde Buenos Aires a San Pablo. Llegué temprano al aeropuerto, y aproveché para mirarlo con ojos de turista. Aunque eso no evitó que más tarde me llevara mi primera sorpresa -que no debió haber sido tal-, laque casi me lleva a pasarme del horario de embarque: el abordaje de la nave era por el sector internacional, en lugar del habitual de los vuelos locales; ese sector que en cada viaje de vuelta hacia Bariloche me preguntaba hacia dónde conducía. Después me reía de mí misma, dándome cuenta que, claro, estaba iniciando, justamente, un vuelo internacional!
cielos optimistas

Llegando a San Pablo
Un aeropuerto poco práctico el de San Pablo, algo antiguo, con un sistema de sonido que sospecho debe resultar difícil de entender hasta para un local, ya que se oía mucho ruido eléctrico y las palabras como empastadas. Fue un poco complicado estar atenta al próximo vuelo, me puse un poco ansiosa, pero el tiempo pasó relativamente rápido y lo abordé sin problemas. O más bien debería decir que lo abordé sorprendida. Sorprendida por la enorme diferencia de servicio entre el que acababa de dejar y el que iniciaba, la que se notaba ya desde el mismo momento de abordar. Obviamente, al ser una máquina mucho más grande, también requería más personal; eso no debió haberme sorprendido. Pero sí fue notable la diferencia de calidades en el aire dentro del avión, en los tapizados, en el confort de los asientos, en la profesionalidad del personal de a bordo.