viernes, 25 de junio de 2010

Pasó una semana....

Ya pasó una semana de la muerte que dividió a Bariloche, y todavía seguimos divididos, enfrentados, confusos y sin soluciones ni propuestas concretas a la vista. Y yo sigo con una tristeza que me invade todos los poros, siento mi corazón agarrotado por esta situación enferma que no nos permite ver una luz al final del túnel.
Las ideas dan vueltas y vueltas en mi cabeza, se mezclan, se deshilachan, se evaporan y vuelven a juntarse para empezar de nuevo el ciclo. Hablo con la gente, escucho sus ideas y sus experiencias; taxistas, remiseros, docentes... gente común que por su trabajo además ha vivido cerca de los protagonistas de los hechos de hace una semana, gente que además habla con otra gente, multiplicando las experiencias casi directas. Y en ese intercambio de experiencias, miedos y preocupaciones surgen tantas interpretaciones de lo ocurrido y de sus causas como personas con quienes hablo. Surgen también situaciones contadas como verdaderas que uno se pregunta hasta qué punto pueden serlo, tan lejos están de lo que consideramos 'normal'; se entretejen hipótesis persecutorias que uno en otras condiciones desestimaría por demasiado fantasiosas y que, a la postre, se terminan creyendo por habernos dado la historia innumerables muestras de casos similares.
Se reclama a los gobernantes acciones concretas, y resulta evidente que ni ellos ni los que las reclaman saben por donde empezar. En tanto, se imputan mutuamente culpas varias, desgastando su energía en el discurso, como si la retórica pudiera reemplazar las acciones.
Y, en el medio, la gente. Gente que espera una salida, gente que en su mayoría quiere vivir en paz y crecer, desarrollar sus proyectos, disfrutar la vida...

domingo, 20 de junio de 2010

En busca de razones, en busca de respuestas....



La furia sigue... Este fin de semana no se han desatado nuevos hechos de violencia directa, pero ella está ahí, latente, esperando para saltar nuevamente al menor descuido. Se está fragmentando abiertamente la sociedad barilochense, polarizándose en grupos que denuncian abuso policial y marginación de los sectores humildes y grupos que exigen más presencia policial y más seguridad, sientiéndose a merced de delincuentes. La expresión palmaria de esta polarización se dio esta noche, cuando en el Centro Cívico marchaban los que apoyaban a la policía y al mismo tiempo la Sala de Prensa del Palacio Municipal estaba tomada por el sector que justifica la delincuencia en la pobreza, según la noticia que puede leerse en el medio online anbariloche.
Como suele ocurrir, ninguna de las dos posiciones refleja la realidad de manera unívoca; más bien, muestran dos caras de una misma realidad.
Lo cierto es que chicos como el fallecido - y aún menores- asaltan, roban, lesionan y matan casi todos los días a gente que con mucho esfuerzo construye cotidianamente su vida; destruyen de un plumazo, muchas veces bajo los efectos de drogas o alcohol, todo lo que llevó años construir, se llevan en un instante una vida llena de proyectos, dejando sin consuelo a padres, madres, hijos -a veces muy pequeños-, como pasó hace tan sólo un par de semanas. Y también es cierto que muchos de esos niños y jóvenes pocas veces llegan a la adultez, terminando sus vidas por un balazo policial, o un ajuste de cuentas con otros como ellos, o simplemente destruidos por el alcohol o las drogas; sin un marco de referencia ni perspectivas futuras que los hagan sentirse valorados, aferrarse a la vida.
¿Cuánta desigualdad puede tolerar una sociedad? ¿Cuánta marginalidad? Una mirada a lo largo de la historia nos muestra que los grupos humanos pueden tolerar la desigualdad, pero sólo bajo ciertas condiciones. ¿Cuáles son estas condiciones? Se me ocurren a primera vista algunas respuestas tentativas.
Por ejemplo, que el privilegiado proteja al menos privilegiado; en ese caso, el privilegio sería una especie de precio que el menos favorecido paga para que cuiden de él. Otra posibilidad es que la desigualdad no se viva como injusta en sí misma, si el menos favorecido tiene lo suficiente para satisfacer sus necesidades básicas y algo más; y menos aún si su entorno lo aprecia y comparte un sustrato común de valores con los más privilegiados.
Claro que estas no son ni de lejos respuestas a los interrogantes que los hechos de los últimos días en Bariloche -que no son más que un reflejo del caos global- nos plantean. Son simples aproximaciones para tratar de entender por qué ciertas cosas pasan en determinados momentos, y cómo se pueden prevenir. Pero resulta evidente que estamos en un rumbo que nos lleva al desastre y que debemos en forma urgente comprender lo que nos está pasando para poder actuar y frenar este tren que se desbarranca.
En este sentido, creo que nadie puede quedarse al margen, todos desde el lugar que ocupemos tenemos la necesidad de buscar respuestas auténticas, no quedarnos en el facilismo de las "muletillas", de las frases y conceptos pre-armados; y hacerlo desde una total honestidad intelectual y emocioanl, reconociendo nuestros límites y respetando la opinión de otros que quizás estén en las antípodas de nuestro pensamiento. Pero siempre sin violencia.
Por eso elegí como emblema de este post la imagen de Aristóteles, un genio universal que tuvo la visión y el coraje de contrastar sus ideas con los hechos, y que escribió palabras que podrían haberse dicho en la actualidad.

sábado, 19 de junio de 2010

Violencia en Bariloche



La muerte hace un par de días de un muchacho de 15 años a manos de la Policía desató una ola de violencia pocas veces vista en esta ciudad; con gritos de "asesinos" e imputaciones de "gatillo fácil", tuvimos dos días de enfrentamientos entre las fuerzas policiales y los vecinos de la zona donde ocurrió el hecho. Organizaciones sociales reclamando la remoción de los policías, una marcha desde los barrios "altos" de la ciudad hacia el Centro Cívico, quema de neumáticos, incendio de dependencias policiales (v. foto, gentileza "El Cordillerano"), persecuciones, destrozos, robos...
Otros reclaman, por el contrario, mano más dura con los delincuentes.
Lo cierto es que este hecho mostró una profunda división de la sociedad; un sector que podríamos identificar con la clase media, que viene sufriendo asaltos consecutivos y es víctima de la inseguridad general, felicitaba en voz baja al policía; otro sector, en el que encontrábamos tanto personas de las clases socioeconómicas más bajas como defensores de derechos humanos, lo tildaba de asesino y represor, aduciendo un caso más de discriminación y marginación; otro sector se hacía eco de esos reclamos, justificando la delincuencia en la exclusión social de que serían objeto sus actores.
Destrozos, enfrentamientos, inseguridad, temor, preocupación, dolor... un cúmulo de acciones y emociones que hacen una mezcla muy explosiva; cada uno expresa razones que estima válidas para su postura.
Pensemos por un momento en qué situación viviríamos si cada habitante tuviera que cuidar por sí mismo de sus efectos y de su persona, o de su familia - volveríamos a una situación de caos, en la que ninguna actividad productiva es posible, ni tan siquiera la más básica de todas, la generación de alimentos... Pero no más paralizante que el terror que puede sembrar una sociedad donde quienes tienen el monopolio de la fuerza pueden hacer y deshacer impunemente.
Hace mucho tiempo me preocupa ver el rumbo hacia donde va nuestra sociedad, rumbo que aparece cada vez más incierto. Por momentos me parece estar asistiendo a una reproducción de la caída del imperio romano, o a los prolegómenos de la Revolución Francesa; y me pregunto qué habrá sentido cada una de las personas a las que le tocó vivir esos momentos cuando veía que todo se desmoronaba y que nada de lo que había creído seguro hasta entonces ya lo era....